lunes, 22 de marzo de 2010

CONTANDO LOS DÍAS


Depositó su cigarrillo sobre el cenicero atestado de colillas para saborear un sorbo de aquel café azucarado y cargado con el que intentaba ahuyentar el sueño y con él, los fantasmas que solían acompañarle. Volvió a tomar entre sus dedos el cigarro para inhalar de nuevo el humo, como si pretendiese que esa etérea y aromática estela gaseosa llenase su interior y disipase el vacío existencial que en esos momentos sentía. Tecleaba lentamente, con desgana, su vieja “Olivetti”, como si las musas le hubiesen abandonado y fuese incapaz de escribir algo coherente y dotado de sentido, y desechaba, una y otra vez, las cuartillas medio escritas, dejándolas caer al lado de sus pies tras haberlas engurruñado no sin cierta desesperación.

Se levantó y se dirigió hacia la ventana, apartó la cortina y divisó la calle en aquella madrugada húmeda y gris. Un regato corría veloz por el centro de la calzada, como el vestigio que era de la incesante y copiosa lluvia que había caído a lo largo de la noche. Ahora que el cielo comenzaba a clarear y las nubes habían acallado su clamor, ahora que la alborada se tornaba gozosa bajo el rosado resplandor de un tímido sol, recordaba a Montse, desapareciendo de su vida calle abajo, llevándose con ella su mirada del color del mar, aquella mirada que él había amado hasta la saciedad…

Y también recordó cómo, poco tiempo después, había conocido, por mor de la más completa casualidad, tal y como sucede todo en esta vida, a su niña de ojos vivaces, brunos cabellos y tez de nácar. Ni siquiera sabía aún cómo llamarla, sólo sabía que había irrumpido en su existencia inesperadamente, como un torbellino de fuego y pasión, calzada con unos zapatos rojos de charol y enfundada en unas medias de seda, mostrando su cuerpo desnudo sin la menor inhibición ni pudicia, con la misma sinceridad con que le mostraba el corazón…

También ella se había ido calle abajo, iluminada por las luces tornasoladas de otra aurora más cercana, pero, a diferencia de Montse, él sabía que pronto, muy pronto, volvería a ver el brillo de sus expresivos ojos castaños y a libar el dulce néctar de sus labios. Tan sólo contaba los días.

Pintura: "Night geometry" (Geometría nocturna),  Jack Vettriano.

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